“Desde el abismo clamo a ti Señor” parido por el corazón del
teólogo y amigo Pedro Pablo Achondo Moya quiere llamar a toda la humanidad
dolida sobre su propia condición. El salmo 130 no es más que la excusa para
abordar uno de los frentes más intempestivos y arrolladores de la vida humana. ¿Quién
puede descifrar el lenguaje de ese episodio descomunal que deja mayormente sus
secuelas y que pulveriza más aún la vida ya frágil de los pobres?. El
sufrimiento no forma parte hoy de la agenda de los escritos teológicos
tradicionales, tal vez porque desde las cátedras dogmáticas se pontifique con
dureza la “resignación” que debe acompañar ese evento desgarrador. Tampoco se
esperará interpretaciones en la sociedad
capitalista que lo promueve por todo el planeta con escandalosa perversidad,
desparramando interminable sed de venganza hacia blancos disparatados y
ufanándose de millones de víctimas
inmoladas. En la obra subyace permanentemente la memoria del Holocausto que,
como exergo e incitación, nos induce a la reflexión sobre el sufrimiento
provocado y la desesperada búsqueda de Dios al mismo tiempo. Algunas
memorias vuelven del exilio literario para darnos luz sobre muchos otros
dolores que ponen en zozobra nuestra vida, sobre todo en este continente de
permanente injusticia. Los testimonios de Lytta Basset y las referencias a
Thevenot, Metz, Hillesum, Gustavo Gutierrez, entre otros, nos hacen viajar en
una mancomunada reflexión filosófica y teológica con acento en una nueva Ética
ante el siempre mutable rostro de los millones de sufrientes necesitados de
consuelo. La primera, una teóloga suiza de primera línea que supo poner la piel
a esta reflexión urgente y necesaria. El texto mezcla rigor intelectual con sencillez de poeta de pueblo. Su
principal logro será hacernos pensar en lo posible: la osadía de la compasión,
la revolucionaria manera de descubrir a Dios en los sufridos de la Historia y
el descubrimiento de que aquellos actos nos reconstruyen a nosotros mismos, con la posibilidad de inclinar la balanza
hacia los débiles. No es la obra de caridad que entusiasma a las clases medias
maquilladas, es el acto de amor jugado que traspasa límites para llegar a la
otra orilla, es la audacia colectiva de “perder” el tiempo para curar un herido
del camino abandonado por todos. Esta ópera
prima de la acción compasiva tiene sus ribetes emocionantes. No será ya lo
mismo abordar el sufrimiento después de repensar a los filósofos de la
alteridad como Buber o Lévinas, este último con marcas epidérmicas de los
campos que tuvo la posibilidad de ir al ovillo de la Libertad intelectual
renaciendo permanentemente para no morir. Así como Levi, Wiesel o Bauman, sobrevivieron
con su memoria intacta y nos “provocan”
e inquietan apasionadamente. O desde la capacidad de Benjamin de rever la
Historia desde otro lugar, una aventura a la que nuestros teólogos de la
Liberación nos tienen acostumbrados, con peor o mejor suerte. No será lo mismo
colocarse del lado de los vencidos- acorralados de la Historia, emboscados por tantas pestes y quebrantos. O la sensibilidad de Dufief quien carga con desesperación su dolor
psíquico clamando a su Salvador. Pedro
Pablo eligió pensadores poseedores de enormes heridas imposibles de exorcizar con ritos protocolizados. Cada uno
de ellos desnuda su originalidad y su
resiliente actitud superadora. Mi primer encuentro de impacto irreversible con
los sufrientes fue cuando Dom Paulo Evaristo me pidió vivir con Enfermos de
SIDA a fines de los 80, una escuela que llevé con dolor y esperanza por 6
largos años y que marcó profundamente mi vida personal. Fue allí cuando me quedé sin retórica y nací a una nueva
realidad. Y desde allí amanecería todos
los días de mi vida con el sufrimiento
golpeando a mi puerta. “Desde el
abismo..” me hizo bucear en las miles de preguntas pendientes, en las
centenares de horas de trabajo en la salud buscando aliviar la agonía de los
que viven el dolor en soledad y la alegría que vuelca mi pueblo luchador sin dejarse vencer. Bienvenido sea este crisol que hackeará nuestro pesmismo e
iluminará un poco más nuestro horizonte.
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